sábado, 22 de diciembre de 2012

Rojo

Un buen día la mentira se fugo con la tristeza,  la tristeza no sabía de futuros inmediatos e infortunios colectivos, por el simple hecho de que no tenía ojos ni boca, tampoco sabía que lo seguían a paso firme, por la misma sendera, a la misma hora y a un ritmo muy parecido. Entonces, decidió optar por la frecuencia y por un rato rojo.

Jamás se había visto en un espejo. Pero sin saberlo, algún día se encontraría en el mejor diccionario Español-Español. En la mejor mezcla de saliva. En el tono perfecto para una mujer.

Cuando a los besos del tiempo, una grave y eterna enfermedad les cogió, las uñas de la certidumbre hicieron un movimiento veloz. Un hombro con pasajeros entre pasos divinos que no llevaban a otro lugar más que a rutas maleables con puentes altos y pilares rojos, cayo indefenso, a mano roja por el régimen de la vergüenza.

Entonces comenzaba a brotar el color en el suelo, desde los pies hasta que llegará a la cabeza.
Sin condiciones, en el subterráneo o en el cielo, los pezones de las nubes eran los girasoles en mi cabeza. Los hombres, los goles, el miedo y el golpe del oro y la rabia. Las mujeres, majas bien vestidas, que besaban por arrumacos moderados.

Invertí toda la vida en ofertas y promociones que me llevaban al mismo sitio, sitiado en la nuca de un desconocido o en la palma de una hetaira inapetente.

Todos los caminos llevan al mismo lugar. Hay cuatro puntos, que se alzan en el cielo. Hay miles de insectos que transportan a la gente por caudales que tiñen los secretos más guardados de la gente.

Pero yo no llevo mi tintero, porque no tiene tinta, y si no tengo tinta es porque deje en un callejón o en una pagina mis monedas y mi sangre. Por eso es que la sangre de los demás está adentro y no afuera. Tal vez esa sea la razón por la cual no me gusta recibir. Entonces asimismo es por eso que no dono ni vendo mi esperma.

Jamás deje que mi destino anduviera solo, por las calles. Robando farmacias, desmembrando a las palomas, violando a las colegialas. Mejor, lo tome del culo, porque era un perro con bigotes de gato, ojos de serpiente y cuerpo de león. Lo llevé a casa. Donde le leía siempre los mismos actos de Denis Diderot, servía café y té, según el animo del traspunte. Creyendo así que la taza de mi acompañante diría algo mejor o simplemente jamás acabaríamos con este bobo juego, entre antropomorfos y reales. Perdía siempre. Pero en fin.

Ahí y haya. Llevaba poemas en la mochila, tallados de virtudes, letras que eran de ella, para ella, y yo sin nada para en si. Sabía que llevaba besos en el monedero. Podía oler su felicidad, podía mirar su necesidad y su conocimiento. Podía pretender que todos los ojos se postraban en sus manos, pequeñas, como la visión que tengo de los demás cuando la toco. Admiren sé en su devaneo y en sus aflicciones.
Cójanse de la mano, tomen el vino que sea. Está mujer, esté tabú. Este mar. El fuego y sus fuegos.
Nuestras invenciones. Buenavista, los libros, las prisas. Son mías y nada más.

Momentos atrás, mi color favorito, tomaba su cabeza y la llevaba al tiempo sin mi tiempo, nos dejaba descansar sin reposar de nada en verdad.
Su piel morena como la madera, como todo.
Su cuerpo pequeño.
Sus letanías, sus rollos.
Sus amores y desamores.
Sus propósitos.
Sin, sin. Con, con.

Perdón, siempre comencé hablando de mi.
Ahora que hay espacio para más de un corazón.
He decidido pintarme de Rojo.
Por el simple recuerdo puro y limpio del quizá.



No hay comentarios:

Publicar un comentario